Hoy reivindico mi tristeza


No reivindico mi tristeza porque sea masoquista, porque no quiera luchar, porque tenga compasión por mi misma o por el resto del mundo (motivos racionales hay sobrados). El dolor, el sentimiento del dolor va mas allá de las conjeturas o razonamientos rigurosos, mas allá de teorías neurobiológicas que entronizan el cerebro (cerebro-Dios), y sitúan las distintas capacidades humanas en los diversos puntos del mismo, dándoles nombre y apellidos, o todo lo que muchos científicos postulan como únicas respuestas: la inteligencia está en este punto; las emociones en este; la lógica en este otro... nombres y mas nombres, cuños de verdades quasi absolutas que no explican el fenómeno como tal, intersubjetivas y reduccionistas porque el indivíduo/a está en medio de la interpretación que hace desde su óptica científica (lo cual no quiere decir que esa sea inválida o que no sirva para el mejor conocimiento del funcionamiento del cerebro), aunque la ciencia tampoco tiene respuestas absolutas, sino aproximadas.


Reivindico mi tristeza en todo mi cuerpo, hoy, incluida mi cabeza, quizá la pieza fundamental en un tipo de análisis, pero no la única pieza. Hay piezas no aprehensibles, hay piezas tal cual, que no se niegan así mismas porque existen, están ahí, no tienen dueño, son libres.


Reivindico ahora mi tristeza profunda y el silencio.


El ser humano común busca la certeza en los ojos del espectador, y llama a eso confianza en sí mismo, el guerrero/a busca la impecabilidad en sus propios actos y llama a eso humildad. La humildad del guerrero no es la humildad del pordiosero, el pordiosero agacha la cabeza ante alguien que cree más encumbrado, pero al mismo tiempo humilla a quien cree por debajo de él. Un guerrero/a no agacha la cabeza ante nadie y tampoco permite que nadie agache la cabeza ante él/ella.
Juan Matus